Malala Yousuzfai es una niña paquistaní de 14 años que, a pesar de su corta edad, ha sufrido un brutal atentado por parte de individuos talibanes, simplemente por defender el derecho de las niñas a ir a la escuela.
Cuando cuestiones como la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres
parecían haber desaparecido de las agendas institucionales, y hasta del
interés de los medios de comunicación, el ataque a Malala ha venido a
conmocionarnos, trayendo, de nuevo, al primer plano la realidad de un
importante número de mujeres y niñas en muchas partes del mundo.
Su único pecado ha sido escribir en un blog, publicado por la BBC, los horrores que imponía en su región el control de los talibanes, y reclamar públicamente su derecho a jugar, a cantar, a llevar ropa de colores y, sobre todo, a recibir una educación.
Pero para quienes militan en el islamismo radical que defienden los talibanes, la postura de esta niña, una adolescente, si se quiere, es considerada como un desafío que justifica, incluso, su condena a muerte.
Afortunadamente, parece que, al menos institucional y formalmente, las reacciones de rechazo al atentado de Malala han sido unánimes en Paquistan, y su Gobierno parece empeñado en perseguir y castigar a los autores.
Lo que sucede es que en su país, y en el vecino Afganistan, el apoyo real al fundamentalismo islámico es muy alto. Y el hecho de que, a pesar de las amenazas que ella y su familia habían recibido ya, Malala no recibiera ningún tipo de protección, resulta bastante incomprensible.
Como algunas noticias contradictorias sobre la detención de sus autores, y, al mismo tiempo, la oferta del Gobierno de pagar una recompensa a quien facilite la información necesaria para poder llevarla a cabo.
En estas circunstancias, parece razonable preguntarse si algunas de las manifestaciones de rechazo no están, en realidad, escritas sobre papel mojado. O tienen, como único objetivo, justificarse frente a los países e instituciones occidentales que están invirtiendo en la zona gran cantidad de recursos materiales y, especialmente, humanos.
¿No debería todo ese esfuerzo justificar una mayor exigencia a los responsables de ambos países en su compromiso por los valores de la igualdad, y la eliminación de la violencia que se ejerce contra las mujeres y las niñas, por el sólo hecho de serlo?
En el llamado mundo occidental hemos desarrollado un sentido de especial prudencia para no ofender los sentimientos religiosos ni las manifestaciones de la identidad cultural islamista, cosa que, sin ninguna reserva, celebro. Ya podíamos extenderlo a evitar ofender otros sentimientos igual de respetables...
Pero conviene no confundir la religión o la cultura con una radicalidad que desprecia los derechos y la dignidad de las personas, especialmente los de las mujeres, cuyo sometimiento, incluso mediante el uso de la fuerza, se percibe como algo normal.
Nadie, ni gobiernos, ni grupos, ni proyectos que no se comprometieran firmemente a luchar contra tales radicalismos, debería poder recibir la menor ayuda de quienes, por las leyes y los propios valores de la democracia, tienen la obligación de promover la igualdad y la eliminación de la violencia.
Y el activismo de Malala Yousufzai por conseguir, pese a las hostilidades y amenazas que la rodeaban, algo tan básico como poder ir a la escuela; que las niñas tuvieran, también, derecho a la educación, es una manifestación de valentía que merece algo más que buenas palabras.
Ni ella ni las miles de mujeres que hoy están en muchos lugares sufriendo una clara regresión en sus derechos, -obligadas a la incultura, a portar indumentarias denigrantes para su dignidad, a aceptar matrimonios forzados, a la dependencia económica y, en definitiva, a la desigualdad y a la sumisión- merecen nuestro abandono o nuestra indiferencia.
Son muchos los problemas económicos y/o políticos inmediatos que nos agobian casi diariamente. Pero ninguno justifica que renunciemos a luchar por un mundo más equitativo y respetuoso con los derechos de las personas. Que no es sólo una cuestión de dinero.
Su único pecado ha sido escribir en un blog, publicado por la BBC, los horrores que imponía en su región el control de los talibanes, y reclamar públicamente su derecho a jugar, a cantar, a llevar ropa de colores y, sobre todo, a recibir una educación.
Pero para quienes militan en el islamismo radical que defienden los talibanes, la postura de esta niña, una adolescente, si se quiere, es considerada como un desafío que justifica, incluso, su condena a muerte.
Afortunadamente, parece que, al menos institucional y formalmente, las reacciones de rechazo al atentado de Malala han sido unánimes en Paquistan, y su Gobierno parece empeñado en perseguir y castigar a los autores.
Lo que sucede es que en su país, y en el vecino Afganistan, el apoyo real al fundamentalismo islámico es muy alto. Y el hecho de que, a pesar de las amenazas que ella y su familia habían recibido ya, Malala no recibiera ningún tipo de protección, resulta bastante incomprensible.
Como algunas noticias contradictorias sobre la detención de sus autores, y, al mismo tiempo, la oferta del Gobierno de pagar una recompensa a quien facilite la información necesaria para poder llevarla a cabo.
En estas circunstancias, parece razonable preguntarse si algunas de las manifestaciones de rechazo no están, en realidad, escritas sobre papel mojado. O tienen, como único objetivo, justificarse frente a los países e instituciones occidentales que están invirtiendo en la zona gran cantidad de recursos materiales y, especialmente, humanos.
¿No debería todo ese esfuerzo justificar una mayor exigencia a los responsables de ambos países en su compromiso por los valores de la igualdad, y la eliminación de la violencia que se ejerce contra las mujeres y las niñas, por el sólo hecho de serlo?
En el llamado mundo occidental hemos desarrollado un sentido de especial prudencia para no ofender los sentimientos religiosos ni las manifestaciones de la identidad cultural islamista, cosa que, sin ninguna reserva, celebro. Ya podíamos extenderlo a evitar ofender otros sentimientos igual de respetables...
Pero conviene no confundir la religión o la cultura con una radicalidad que desprecia los derechos y la dignidad de las personas, especialmente los de las mujeres, cuyo sometimiento, incluso mediante el uso de la fuerza, se percibe como algo normal.
Nadie, ni gobiernos, ni grupos, ni proyectos que no se comprometieran firmemente a luchar contra tales radicalismos, debería poder recibir la menor ayuda de quienes, por las leyes y los propios valores de la democracia, tienen la obligación de promover la igualdad y la eliminación de la violencia.
Y el activismo de Malala Yousufzai por conseguir, pese a las hostilidades y amenazas que la rodeaban, algo tan básico como poder ir a la escuela; que las niñas tuvieran, también, derecho a la educación, es una manifestación de valentía que merece algo más que buenas palabras.
Ni ella ni las miles de mujeres que hoy están en muchos lugares sufriendo una clara regresión en sus derechos, -obligadas a la incultura, a portar indumentarias denigrantes para su dignidad, a aceptar matrimonios forzados, a la dependencia económica y, en definitiva, a la desigualdad y a la sumisión- merecen nuestro abandono o nuestra indiferencia.
Son muchos los problemas económicos y/o políticos inmediatos que nos agobian casi diariamente. Pero ninguno justifica que renunciemos a luchar por un mundo más equitativo y respetuoso con los derechos de las personas. Que no es sólo una cuestión de dinero.
Opinion: Estas son las auténticas heroínas de nuestro mundo, gente que se deja la
piel y la vida por defender la justicia y la igualdad en sitios tan
inóspitos que ni podemos imaginar. Hay muchas Malalas valientes en
horrores como Afganistán, Somalia, Pakistán, Arabia Saudí... a las que
torturan sólo por defender derechos tan elementales como la igualdad y
que lo único que proclaman es que se les trate como a seres humanos. Se
merecen todo nuestro apoyo y reconocimeintos por su lucha diaria por tener la valentia de alzar la voz por hacer valer sus derechos y algo como lo es de importante la educacion.
“un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar al mundo”
“un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar al mundo”
Noticia # 5
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